El rompecabezas del ser ante la mesa de la vida

En la mesa de la vida, la vicisitud a veces sirve bocados amargos, indeseados pero necesarios. Entonces surge el malestar como llamado a la pausa obligada, como fuerza inclemente que empuja a una inmersión en el abismo de la reflexión, para ir en busca de un YO renovado con actitud fulgurante y brío reforzado.

Llega el tiempo de escombrar la conciencia.

Sin embargo, antes de la renovación anhelada y necesaria también, en aquella profundidad abismal oscura, a solas con los pensamientos, llega el tiempo de escombrar la conciencia, de ordenarla y hacerle limpieza exhaustiva para eliminar lo inservible; es el tiempo de la introspección autocrítica para sacudir las ideas fatuas, equívocas o caducas, para expulsar los tiliches mentales estorbosos y reacomodar lo que vale.

No es fácil. ¿Quién ha dicho que lo sea? Desasirse de apegos y arraigos prolongados es tarea de guerreros imbatibles, de valientes indómitos incluso a costa del pesar.

Y es que en el rompecabezas existencial no hay piezas eternamente incólumes ni inamovibles. De tiempo en tiempo hay que remozar las piezas desgastadas o eliminar las rotas que desarmonizan, y aceptar la ausencia de las que se han perdido; hay que aprender a vivir con piezas restauradas como heridas cicatrizadas, o hasta con los huecos de las piezas faltantes hermoseados con dignidad y pundonor.

Sí, la vicisitud a veces sirve bocados amargos en la mesa de la vida y el malestar resultante obliga a la inmersión forzada en el abismo de la reflexión, pero la riqueza del ser es tan grande, que una limpieza interior exhaustiva no demerita la belleza de su rompecabezas existencial y sí en cambio enaltece su apariencia.

Y entonces, al emerger de nuevo el rompecabezas del YO con su estampa renovada ante la mesa de la vida, el regusto del dulzor parecerá más delicioso que nunca y el amargor habrá quedado en el pasado… Al menos por una temporada, porque la maestra vicisitud lo ha de servir de nuevo inesperadamente, pues en el amargor está el sabor indeseado que obliga a abandonar la zona de confort en que se convierte el prolongado dulzor.

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